José Luis Zerón y José María Piñeiro
José
María Piñeiro fue miembro fundador de la revista Empireuma y ha publicado las plaquetes
El légamo de las estrellas e Hilas de papiro, así como los libros
Margen Harmónico y Profano demiurgo. Además es colaborador en numerosas
revistas y periódicos y autor del blog empireuma.blogspot.com. Ars fragminis
es su tercer libro y se compone de notas, aforismos y fragmentos
extraídos del diario del autor. José María también es fotógrafo y pintor, pero
siente una especial predilección por la poesía, y a la escritura y lectura de
poesía le dedica una gran parte de su tiempo; por ello quien lo conoce se hará
estas dos preguntas: ¿por qué, teniendo la oportunidad de volver publicar un
libro no se ha decantado por un poemario? ¿Se ha sumado José María a la moda de
la escritura breve que impera en Internet y empieza a colonizar el mercado
editorial? Como amigo suyo que soy de toda la vida os diré que José María
Piñeiro no es un oportunista, y puedo atestiguar que durante su adolescencia ya
practicaba la escritura mínima, fragmentaria, llámese aforismo, sentencia,
axioma o apotegma. Desde sus tempranos inicios en la literatura escribía un
diario que ha continuado con más o menos regularidad, de modo que José María es
un veterano de la literatura breve y sé que acariciaba desde hace tiempo la
idea de publicar un libro de escrituras fragmentarias.
Este
que hoy presentamos consta de tres secciones: la primera y la tercera contienen
aforismos o notas breves, la segunda una selección de entradas del diario del
autor. La primera sección se titula Líneas I y se trata de un conjunto
delicioso de fulguraciones gnómicas que no tienen un tema común; no son máximas
morales o sentencias que desembocan en el axioma, el refrán o el proverbio, ni
son sesudos aforismos con cierta diatriba social, ni una concatenación
atropellada de impresiones ingeniosas pero vacías, no, los textos
quintaesenciados que componen este libro obedecen tanto a una comprensión del
mundo, a su necesidad de captarlo aquí y ahora, como a una intención estética y
al mismo tiempo reflexiva. Estos aforismos nos hablan de la intimidad del autor
pero también de ese flujo incesante de acontecimientos llamado realidad,
captado como una cascada de sensaciones e impresiones.
Somos
el universo cuando fluimos, cuando cantamos; estamos en el universo al
delimitar un territorio, al enfrentarnos a otros habitantes”. Dice un aforismo.
Y
este otro:
procesaré
durante años la información que me ha brindado ese instante.
José
María demuestra una amplitud de miras, un más allá en su visión del mundo y de
la cultura que trasciende el tópico, expresándose en un tejido de experiencias
múltiples y simultáneas:
Materialismo,
idealismo, solipsismo, positivismo, espiritualismo… al fin y al cabo toda
teoría supone una imagen de las cosas y es válida para entender al hombre
y al mundo. La preeminencia de una tendencia sobre la otra es eventual en el
concurso de la creatividad del pensar.
Muchos
de sus aforismos están dedicados a la poesía y a los poetas, como no podía
ser de otra manera en alguien que se considera esencialmente poeta. He aquí
varios ejemplos:
Solo
la poesía y la belleza son posibles.
Lo
que más fastidiaba a Baudelaire era escribir poemas.
Hay
algo oscuro en un poema recitado en una plaza, bajo la luz del sol, en pleno
día.
También
hay en ellos una tendencia al culturalismo:
Hay
genios que hablan su propio idioma: Góngora, Lezama Lima, Joan Miró.
Siempre
entendí el título del libro de Octavio Paz Pasado en claro, como posado en
claro.
En
estos fragmentos asoma la incorregible vocación de flâneur de nuestro
amigo José María, callejeador y hermeneuta, como se califica a sí mismo.
El
mayor lujo: pasear.
Casualidades
estocásticas por la calle, el portazo de un coche, un martillazo lejano y un
par de ruidos en un andamio reproducen varias notas de un pasaje de la obra
musical Arcana de Varése.
"Amad
a los poetas locos", pintada leída en Torrevieja, a principios de los noventa.
El
autor también habla de sí mismo:
Soy
un visitador de discursos.
Me
interesan ciertos éxtasis de los otros.
Y
hay lugar para el ingenio cercano a la greguería, la paradoja, el retruécano y
el juego de palabras:
El
estrépito de la carcajada como cuando cae la vajilla al suelo.
Por
mucho que se arrugue, el agua no se rompe.
Un
relámpago lentísimo.
Y
por último, y para no extenderme, destacaré la reflexión del autor sobre la
escritura fragmentaria:
El
fragmento es un lujo de lo unitario.
El
aforismo no sentencia, detecta un nódulo de realidad.
Escribir
aforismos es otro modo de jugar con los espacios en blanco.
Las
notas y aforismos de José María basculan de la solemnidad al humor, de la
aseveración a la ironía, de la actitud epistémica al escarceo intuitivo, del
ascetismo tajante a la voluptuosidad imaginativa, de la opinión intelectual al
pensamiento espiritual, siendo fiel el autor a los requisitos que hay que
pedirle a un buen aforista: brevedad, agudeza , fuerza de lenguaje, lucidez,
tendencia ilustrada que no excluya la intuición, intensidad, lenguaje claro y
sintaxis estable, posesión instantánea y simultánea de la realidad.
La segunda sección lleva por título La arena del reloj y consta
de fragmentos del diario personal del autor. Estos textos son más extensos y,
por tanto pierden contundencia, pero no abandonan la concisión, la síntesis y
la agudeza. Incluso en esta sección también leemos algunos aforismos. Por
ejemplo Un apunte que es en sí mismo una verdadera poética:
Ser
poeta es habitar un ritmo.
Esta
sección combina la escritura reflexiva con la experiencia y la memoria personal
aboliendo ciertas fronteras narrativas. José María es capaz de reflexionar con
asombrosa lucidez y riqueza de matices, a pesar de la brevedad de los textos,
sobre complejos asuntos filosóficos o sucesos leídos en la prensa, y al mismo
tiempo registra sensaciones nimias, percepciones pasajeras, anota sueños, da
cuenta de sus lecturas o de sus audiciones musicales, de sus paseos, del
proceso de su escritura. El autor exhibe una admirable capacidad analítica al
mismo tiempo que una libre asociación de ideas a la hora de desarrollar los
temas, con un manejo del lenguaje como materia dúctil.
José
María lo abarca todo, nada escapa a su curiosidad y asombro, desde la
astrofísica y sus misterios y paradojas, la filosofía, las artes y la
literatura, hasta la parapsicología, pasando por los conflictos de la realidad
actual; pero además, también habla de su experiencia vital, más contemplativa
que activa, de sus introspecciones, de sus hallazgos, “esos tesoros del día
escondidos por la luz del día”, como escribe en una de sus entradas. El autor
no escamotea la crítica y la ejerce de manera tan sutil como contundente,
verbigracia esta entrada de una sola frase:
Hoy
la poesía solo está bien escrita.
Asimismo
abre un camino amplio de posibilidades especulativas y narrativas que evita la
autobiografía y sus detalles irrelevantes, así como el envaramiento
intelectual, algo tan común en la mayoría de diaristas. El suyo, a pesar de su
riqueza analítica, es un diario vivo, candente, pleno de intuiciones y
hallazgos, sin imposturas, que apuesta por el valor salvífico de la escritura:
José María dice en una de las entradas:
Un
diario exclusivamente intelectual parece escamotearnos algo. ¿Dónde está el cuerpo,
las emociones liberadas, el grito? Todo ha sido sustituido por la
convulsión conceptual, por la ebriedad meditativa. La palabra es una
frondosidad -ideológica sensorial-.”
O
esta otra:
Incluso
para escribir el poema más desolado, más aniquilante o presuntamente verdadero,
hay que tener un dominio sobre lo experimentado, se tiene que haber trascendido
en parte, al menos, lo vivido para que precisamente se dé meticulosa memoria de
ello. Lo cual demuestra el aspecto productivo de nuestros malestares: podemos
morir varias veces y dar cuenta de nuestras finitudes, es decir, es posible la
resurrección (dentro de la vida).
Por
otra parte me parece destacable el uso activo e inteligente de la memoria para
seleccionar la anécdota pasada y establecer correspondencias espacio-
temporales. José María nos dice que:
La
memoria no es desván sino meandro soterrado. La memoria es activa y selectiva.
La
capacidad de José María Piñeiro para establecer analogías y su impresionante
memoria, crean una aventura poética que se nutre de los enigmas
cotidianos y de los relumbrones maravillosos del pasado. No en vano el
autor escribe en una de las entradas del diario:
“El
mundo supone una serie de retos y misterios: en la naturaleza, en el devenir
social. Nuestra posición: o recuperamos entusiasmos y nos implicamos en la
revolución de cualquiera de estas cuestiones, ya sea por competencia, por
interés, por proximidad, o nos convertimos en tibios disidentes de la
emocionante complejidad que se nos lanza.”
Y
José maría, desde luego, apuesta por implicarse, por salir al exterior con una
mirada asombrada -no ingenua-, con una capacidad para hacerse preguntas
originarias que no han obtenido respuestas definitivas, y de esta manera captar
el mundo y dotarlo de sentido.
La última
parte titulada Líneas II vuelve sobre las notas aforísticas; una
versión pura y simple de una multitud de experiencias y reflexiones aliadas con
el lenguaje, lejos de la comodidad y la pereza, conformando, pues, una
estructura circular.
Por
último quisiera aclarar un hecho que estamos olvidando. La escritura breve,
inmediata, aquella que requiere un coraje especial porque al autor se la juega
en unas pocas palabras, ofrece al escritor pocos refugios y mucha intemperie.
No es un género literario exclusivo de nuestra época a pesar de Facebook, los
blogs, wassasp, twiter, y otras formas de comunicación que proliferan en las
redes sociales. Ha existido siempre, aunque se ignore o se desprecie en los
manuales de literatura, y no es cuestión de ahondar en las razones de esta
desmemoria. Ciñéndonos a la tradición occidental, citaré algunos nombres:
tenemos en la antigüedad los fragmentos de Heráclito, los aforismos científicos
de Hipócrates, o las piruetas verbales de Diógenes el cínico. En la Roma
antigua sobresalen como aforistas Marco Aurelio y Séneca; en la Edad Media y en
España hay magos de la inmediatez como Ramón Llull; en el siglo XVI el francés
Montaigne; en el XVII Gracián, Pascal, La Rochefoucauld y Spinoza. En el
XVIII Chanfort y Lichtenberg, Blake y el marqués de Vauvenargues; en el
XIX Schopenhauer, Nietzsche, y Jules Renard; en el pasado siglo, Juan Ramón
Jiménez, José Bergamín, Cioran, Canetti, Wittgestain, Walter Benjamin y María
Zambrano; y ya en nuestros días, Carlos Marzal, Jordi Doce y Manuel Neila.
Con
este libro híbrido y fragmentario, José María Piñeiro se inscribe dentro de esa
fecunda tradición de escritores de la miniatura, de hacedores de “pequeños
milagros cotidianos, fósforos frotados inopinadamente en la oscuridad”, como
diría Roland Barthes.
José Luis Zerón