martes, 8 de septiembre de 2015

Reseña de Fragmentos de la llama de Rafael González Serrano

(lunes, 7 de septiembre de 2015)

FRAGMENTOS DE LA LLAMA, de RAFAEL GONZÁLEZ 
por Amparo Arróspide




FRAGMENTOS DE LA LLAMA
RAFAEL GONZÁLEZ SERRANO

Celesta, Colección Piel de sal, 2014





Hay poemas para ser leídos en voz baja, como quien en un pozo de aguas prístinas se interroga a sí mismo en su imagen reflejada, buscando, y hay poemas, por tanto, que conllevan una reflexión sobre sí mismos, que son una continuada auto-reflexión del acontecer mismo de sus líneas sobre la página, ceniza de una fogata, de una conflagración. Así los de Fragmentos de la llama, la llama de la vida, la memoria del poema y del poeta. Son estos muy conscientes de su naturaleza efímera, fruto de la devastación de una experiencia vital   -pero también de su nacimiento, clímax y  decadencia- amorosa y testimonio del explorarse del lenguaje.
Otras  huellas de la inter e intra-textualidad se multiplican desde el inicio, al anunciarse por ejemplo Fragmentos de la llama como un manuscrito hallado, de autor anónimo, sin referencia específica a lugar o tiempo salvo en su última sección o carpeta, “Fragmento (¿Epílogo?)”, que contiene un único poema fragmentos de un discurso abierto (1)A partir de este eslabón  se reanuda la lectura circular, donde al acabamiento de “Memoria clausurada” -la primera sección-  le sucede una ceremonia nupcial entre autor y lector, implicado este en la experiencia que se revive a la distancia de un eclipsarse los elementos crudos de la memoria. Por otra parte, al entrar el lector en el juego del manuscrito hallado, se otorga realidad a ambos autores, a tal punto que podremos descreer del autor explícito-editor (2) al asegurarnos que ha respetado escrupulosamente el material literario hallado.
Las cinco secciones de Fragmentos… fueron supuestamente tituladas por el autor explícito y comprenden respectivamente ocho, nueve, diez, nueve y nueve poemas.  Añadido a ellas, y extraño al resto, el “Fragmento (¿Epílogo?)”.
“Memoria clausurada” -primera sección- comienza declarando el final, que la vivencia yacerá en el olvido, los poemas son cenizas de pasos que se borran aunque hayan desfilado (y para el lector explicito, vayan a desfilar) en un ámbito de siglos paralelos, un dominio sin sonidos. Se dice adiós, se ha dicho adiós, un adiós de clausura, porque ya no habrá besos sobre las piedras. Son así los poemas un cementerio de tactos rígidos donde se pudre el cadáver de un beso y la chatarra de las caricias se oxida. Todo es un muladar de sexo muerto y también de amor suicida.  Como si al manifestarse en texto parte del discurso pre-verbal que lo suscita, la experiencia erótica concluyera por segunda vez y definitivamente. Una y otra vez se nos presenta en esta sección un paisaje de decadencia, de muerte del abrazo en cuanto rito erótico, en una auto-reflexión elegíaca. Pero con el óbolo en la lengua se interna el autor en el  Aqueronte de nieblas. A vivir otras vidas, tras beber de las aguas del olvido.
En la segunda sección, “Distancia sobre el eclipse”, del texto surge un destinatario, un tú a quien se advierte que estamos ante las fantasías de un loco sin memoria,  autor de una  carta inexistente que/ni siquiera se sabe a quién se escribe.  El yo lírico se sabe fingidor, el poema se sabe mensaje tendido sobre la distancia hacia otros náufragos de sí mismos y canta lo perdido como si no habitara ya una galaxia remota. El tú ambiguo se perfila en “Ausencia” como el de la amada, una sombra más que se persigue, que se ha eclipsado y cuya ausencia se abraza. Con plena conciencia del vacío y del empeño inútil del recuerdo, se evocará y volverá a celebrarse la pasión, la fugaz fusión de los volcánicos amantes. Si cabe referirse a un discurso pre-verbal que es la estructura profunda inobservable y a un texto o mensaje que es la estructura superficial observable, y una solamente de las infinitas actualizaciones de este, se inicia aquí para los lectores el despliegue de la vivencia erótica manifiesta.
Como anunció el poema del “¿Epílogo?”, entre las evocaciones del rito amoroso  hay áreas de descanso para la contemplación del mundo ajeno a los amantes –un cerezo con sus brazos alzados que mira con sus hojas o un patio donde la luz juega con los visillos o la constatación de la ausencia encarnada en unas sillas vacías…
Si en la lectura nos acompañase Harold Bloom,  destacaría  el modo en que en el juego de máscaras y simulaciones el autor apócrifo se enfrenta a sus precursores literarios -a sus influencias- o los asimila desviándose de ellos o complementándolos en la masa verbal o integrándolos en las atropías de sintagmas. Así se percibe en las secciones siguientes “Mesetas (Tras las laderas)”, “Fuegos (Ara y cima)”, y “Ojos del asombro”, que componen un despliegue de recursos en la mejor tradición de la lírica erótica clásica,  desde Petrarca, Boscán, Góngora, Quevedo y Lope hasta Salinas y otros contemporáneos. Metáfora, metonimia, hipérbaton, disyunción, paronomasia, aliteraciones, oxímoron, antítesis, paralelismos, entre otros, sabiamente utilizados y sustentando el movimiento irracional del eros.

(1) fragmentos de un discurso abierto,/un discurso semiótico/fracturado/mestizado de estilos/de las impurezas/en las oraciones bastardas- (p.79)
(2)  he decidido darlos a la imprenta organizados tal y como sigue en varias secciones. Aparte del título de cada una, sólo he introducido algún pequeño cambio en el orden de los poemas; o realizado la corrección de alguna errata evidente. Lo demás, es obra del autor.
Amparo Arróspide